Ágora Calasanz

¿Cómo proyectarnos en la pandemia?

11.06.2020

Patricia Mónica Ploder
Lic. en Psicología - MP 80358
pattyplod@hotmail.com

Acerca de esta catástrofe social


Habiendo transcurrido ya más de dos meses de aislamiento preventivo por el Covid-19 es mucho lo que se dice, desde distintos discursos, que contemplan tanto los conocimientos científicos sobre diferentes áreas de las problemáticas implicadas en esta catástrofe social, como desde cuestiones ideológicas. A esa infinitud de lo que se dice, agregaré una más, y en este escrito intentaré describir brevemente las características de este momento particular, y pensando al final más específicamente sobre nuestras prácticas profesionales actuales.

Los elementos que caracterizan a una catástrofe social son varios. Por un lado, absolutamente todas las personas estamos afectadas por el mismo fenómeno, que irrumpió en nuestras vidas cotidianas y nos ha cambiado exponencialmente los hábitos que teníamos antes de su disrupción. Otra característica de este tipo de situaciones es que es transitoria; o sea que va a finalizar en algún momento. Pero no se sabe ni cuándo ni cómo terminará, la impredictibilidad es evidente y forma parte del fenómeno. No sólo que no se sabe cuándo terminará, sino que tampoco se saben cuáles serán los efectos de la misma al mediano y al largo plazo.

Los seres humanos somos seres de proyectos, sintiendo la necesidad casi permanente de contar con algún tipo de trascendencia, por lo que un evento de estas características nos desestructura y pone en jaque nuestras posibilidades tanto de imaginar nuestro futuro como de creer en la fuerza de estas proyecciones, ya que hay algo externo a nosotros que nos lo puede truncar. Todos sabemos en mayor o menor medida que nuestros proyectos pueden truncarse, pero esa ponderación es desestimable ilusoriamente, en la medida de que no haya una amenaza concreta, real y actual.

Absolutamente todos los días de nuestra vida vamos poniendo en acción un mecanismo que se llama "desmentida" (que es normal y sana) ante la toma de conciencia de los eventos de la vida que podrían constituirse en limitaciones a nuestros proyectos. Esta desestima nos permite vivir sin estar en "carne viva", ya que si fuéramos conscientes de todo lo que nos puede desbaratar nuestra existencia y nuestros proyectos, viviríamos aterrados y atravesados por una sensación permanente de inminente de pérdida. En contextos "normales" no estamos aterrados, y continuamos elaborando proyectos; algunos muy ideales, otros más posibles. En cambio cuando la amenaza es concreta, exterior, y compartida por todos, no podemos evitar que tenga efectos sobre nosotros. Cada uno la sobrellevará como pueda, pero nadie estará exento de que tenga efectos sobre su propia persona y sobre todos los otros que compartan los eventos disruptivos del contexto.

Este contexto hoy es compartido mundialmente. Tiene implicancias: en la vida y en la muerte, en las economías individuales y colectivas, en la salud mental, en las formas en que se realizan los intercambios intersubjetivos, en las formas en que se reconstruye el concepto de prójimo, en las formas de desarrollar nuestros roles laborales, y en todos los aspectos de nuestras vidas. El otro puede quedar en el lugar de ser vivido como una gran amenaza, aunque esté atravesado por la misma problemática que yo. Puede ser el posible portador del virus enemigo. Puede ser el otro quien no me entiende ni me asiste. También es otro quien decide acerca de los próximos pasos por los que cada comunidad verá cercenada o liberada alguna actividad, en función de consideraciones que, inevitablemente, no podrá contemplar todas las cuestiones en juego, que no dependen de las voluntades de los individuos particulares, y que le agregan algún punto de angustia junto al miedo al contagio por Covid-19 y el eventual fallecimiento por dicho contagio, de la propia persona y/o de algún allegado.

Específicamente en nuestro país, cada DNU (Decreto de Necesidad y Urgencia) es esperado por cada argentino con ansias e incertidumbre, especialmente con la expectativa que en el corto plazo retomaremos nuestra "vida normal".

Pero faltará mucho para retomar la "vida normal". Cada uno de nosotros nos hemos visto obligados a cambiar nuestros hábitos y nuestras formas cotidianas en relación a todo lo que hacíamos "normalmente". Es muy importante saber que esta catástrofe social justamente nos convoca a todos, nos hermana y nos emparenta en las restricciones y en las ansiedades.

La cuantificación es un modo de intentar "medir" la amenaza, suponiendo que contar con datos, ayudaría ilusoriamente a disminuir la angustia. Pero esos datos se vuelven en contra de ese objetivo, ya que el recuento cotidiano se convierte en un ritual desesperante: de contagiados, de testeados, de fallecidos, de desocupados, de beneficiarios de planes de asistencia, de respiradores existentes, de camas disponibles de internación o de aislamiento, de alumnos inscriptos, de aprobaciones vía virtual, de egresos truncados, de comercios cerrados, de insumos médicos disponibles...

En cada devenir particular, los datos quedan descontextualizados témporo espacialmente al momento de intentar reencauzar nuestras normalidades en las respectivas prácticas laborales o profesionales.

Pensando en roles que implican interacción con otros, daré algunas descripciones que podrán ser gráficas del panorama actual subjetivo y laboral/ ocupacional. El médico que atiende un paciente con sospecha de infección, también está atravesado por sus propias implicaciones subjetivas angustiosas, y padece conflictos éticos en relación a sus prácticas, exponenciados en épocas de crisis sanitarias. Un docente que planifica sus clases está también atravesado por la catástrofe al igual que sus alumnos; se debate incesantemente acerca de cuáles son los dispositivos adecuados para lograr los aprendizajes que espera desde su planificación inicial, pero adecuándolos en este contexto, y tratando de no perder nada de dicha expectativa inicial. El psicólogo mientras atiende, también está compartiendo en su propia persona efectos de esta pandemia y se plantea cuáles de los padecimientos de sus pacientes requieren de una intervención que sólo dé asistencia en catástrofe y cuál requiere la intervención habitual en el contexto de un tratamiento. El comerciante que expende comestibles también está temiendo sus propios estragos en relación a esta realidad, y sabe que sus decisiones influyen no sólo en su salud y la de sus cercanos, sino en sus posibilidades de ventas y supervivencia de su negocio. La madre se convierte en docente acompañando las tareas virtuales de sus hijos y en experta inmunóloga aprendiendo las dosificaciones de lavandina que previenen el contagio viral. El alumno contaba con una disposición interior y exterior pre establecida para disponerse a vivir el contexto de enseñanza aprendizaje, contaba con un horario pre determinado y una presencialidad material del docente que ya no existe. Cabe remarcar que, aún para el alumno que hubiera decidido una cursada virtual, sus condiciones deseantes previas a esta catástrofe social eran otras. Y así infinitamente.

Los debates interiores de todos estos agentes pueden terminar en la autoculpabilización por pensar que no hacen lo suficiente, sintiendo que sus recursos adaptativos fallan, lo que los lleva a un sentimiento de confusión cargado de intensa ansiedad.

De todo este contexto, del cual hay muchos elementos para considerar, deseo remarcar hoy la necesidad de no olvidarse de dos elementos principales: que el estresante viene de afuera: hay emergencia sanitaria por riesgo de Covid-19; y que el otro está en la misma que yo: todos estamos igualados ante las presiones de este contexto.

La amenaza del Covid-19 es un hecho fáctico y exterior a nosotros, que tiene efectos disruptivos en nuestros psiquismos, porque no estamos preparados anímicamente para sobrellevar este tipo de eventos.

En relación a nuestra cotidianeidad, todos nosotros ahora estamos haciendo un gran esfuerzo para realizar las mismas tareas que antes, pero con las nuevas modalidades, reinventando a cada instante nuestros roles. Las "viejas" formas no sirven ahora, aunque a cada instante reaparecen añoradas como modos amigables de funcionamiento, siendo que ya las conocemos desde hace muchos años. Es importante saber que el hecho de que ya no sean ni seguros ni amigables se nos vuelve siniestro, amenazador, motivo de angustia y desconcierto. Esta reinvención que debemos realizar actualmente es permanente. En la virtualidad del aislamiento no hay retroalimentación que alcance para asegurar que estos nuevos modos de funcionamiento son los adecuados, o si realmente son funcionales.

Armar el nuevo modo de funcionamiento implica que sirva tanto en mi rol profesional como en la preservación de mi inmunidad física y anímica, necesarios para seguir vivos y estables. Pero al mismo tiempo debo estar atento a que pasa lo mismo en los otros con los que interactúo, ya que ellos también están amenazados, lo que les genera inestabilidad también.

Voy a terminar este escrito, pensado para nuestra Ágora, en relación a mis incumbencias específicas, y en exclusiva primera persona.

Mientras trato de elaborar el impacto de la catástrofe social, temiendo que alguno de mis seres queridos enferme y muera, o que no puedan continuar con los proyectos generados para el presente año, no puedo dejar de temer lo mismo en mi propia persona. Temo además que la economía no nos acompañe, y que en algún momento estemos en serias dificultades para sobrellevar el costo material de lo cotidiano. Pero al mismo tiempo trato de re formular mis formas de ser psicóloga, en los distintos ámbitos en que me desempeño, y en sintonía con las exigencias o demandas de cada uno de esos ámbitos. Mientras trato de tramitar estas novedades, intento pensar en cada uno de mis asistidos, en cada uno de mis roles profesionales, sabiendo que ellos también están atravesados por problemáticas similares. Y en el Instituto en particular, soy una nueva docente cada día, sondeando recursos nuevos y reinventado dispositivos mientras trato de representarme a alumnas nuevas. A las alumnas que ya conozco presencialmente, sé que la catástrofe las ha cambiado, aunque no sé ni cuánto ni en qué. Con las alumnas que no conozco presencialmente se me hace exponencialmente más complicado representármelas de manera en que pueda confiar en mis propias impresiones sobre ellas. La interacción virtual limita la posibilidad representacional, porque excluye dimensiones de la interacción humana a las que estamos costumbradas desde hace milenios. Transito este evento disruptivo intentando mantener un equilibrio que resulta inestable. Trato de enseñar, contener, no excederme, no ausentarme, asistir a mis alumnas. Sin embargo, diariamente, me asalta la duda de saber a ciencia cierta si efectivamente aprenden, si se sienten contenidas, si me excedí en lo que les exijo, o si por intentar respetar las situaciones que yo imagino que son obstáculos que ellas tienen, las abandono.

Muchas incertidumbres, pocas certezas...

Según los especialistas, la incertidumbre es una de las características más angustiantes de las catástrofes sociales, y que impactan en nuestra inmunidad psicológica. Hasta ahora no se encontró mejor vacuna para sobrellevar las incertidumbres y las angustias que el afecto, la tolerancia y la contención generadas en redes intersubjetivas saludables. La interacción en estas redes colabora a armar nuevas representaciones de la situación, de los otros, y de uno mismo; que a su vez favorecen nuevas re- equilibraciones superadoras.

Reproducción solo con autorización del autor
Ágora Calasanz